REVISTA
ESPAÑOLA DE Vol. 35, n.º 1, 2002 |
Alberto Anaya
Director
fue desde su nacimiento una Revista afortunada. Cuando la incipiente Sociedad, a la que luego serviría, era poco más que un grupo de amigos y anhelaba cualquier modesto boletín con el que comunicarse, eso que los americanos llaman un momento de serendipity, y se conoce entre nosotros como un golpe de suerte, sucedió y la hizo posible, sin limitaciones ni en papel, ni en color ni en dimensiones; sin estrecheces de difusión o limitaciones económicas de ningún tipo. Fue una especie de lotería, ligada a sintonías personales, que no son del caso.PATOLOGÍA
En los tiempos siguientes Jauja no mantuvo su amparo; pero con algunas renuncias y algunos sacrificios, entre unos y otros la Revista sobrevivió, y lo ha hecho durante treinta y cinco años, que no es ninguna tontería; en ese tiempo fue testigo de los más deslumbrantes cambios de toda la historia española; médica y social. Conoció el esplendor de la medicina hospitalaria moderna, el sistema residencial desde su origen y, desde luego, la entrada de la Patología en la clínica diaria, aunque esto con un eco en la calle menor del justo; en pocos años la AP, que no existía en la Seguridad Social, y por lo tanto casi no existía, tomó un impulso que desde entonces no ha cesado. Seguro que PATOLOGÍA, la Revista, no fue la causa de todo esto; pero algo debió contribuir.
Y así fueron las cosas, creyendo casi todos que la SEAP (luego también la SEC en nombre de la que el Dr. J. M. Rivera ejercerá activamente como Director Asociado) vivían en indisoluble simbiosis con la Revista, hasta que en el reciente cambio de siglo hubo quienes predijeron su muerte inevitable, basados sobre todo en que al parecer los artículos de calidad escaseaban (lo que hoy por fortuna ha dejado de ser cierto). Para su entierro hubo al menos tres proyectos simultáneos que no es éste el momento de analizar.
Pero por fortuna nada irreparable ha sucedido y, con la buena voluntad de todos quizá pueda construirse un futuro razonable. Hoy por hoy la Revista Española de Patología sigue viva; y retoma su camino con un espíritu totalmente renovado, pero fiel a todo su ayer, a Directores, Presidentes, Juntas Directivas, Asesores y simples Socios de cualquier otro tiempo, que la ayudaron a llegar hasta aquí. Y fiel, como es natura, también a su hoy, y a las nuevas posibilidades que las tecnologías actuales ofrecen; abierta a una íntima colaboración desde ahora mismo con los colegas americanos y, cuando los socios lo decidan, dispuesta a favorecer, si así se acuerda, la más definitiva y profunda de las uniones. Sin ninguna reticencia, pero sin quemar innecesariamente ninguna etapa.
En este día de continuidad y renovación, la Revista quiere ser, como siempre, un sólido lazo de unión; un vehículo de información actual, un camino de fácil andadura, un cálido lugar de encuentro. A esa tarea común convoca a todos. Como objeto de lectura que es, llama en primer lugar a los lectores: a los 1600 numerarios de ambas Sociedades, a los Socios de Honor, y también a las Bibliotecas españolas en las que no parece haber arraigado en todos estos años, lo que es poco razonable; siendo tan numerosos los patólogos en puestos destacados de la Sanidad, en el ámbito hospitalario y en la Universidad ¿no vamos a conseguir subscripciones para los centros de saber, haciendo llegar al mismo tiempo a ellos nuestro mensaje y concitando su ayuda? Y con las sólidas relaciones que hemos forjado en tantas partes del mundo ¿no va a llegar nuestra Revista allende las fronteras si no es como regalo?
Si hasta ahora no nos hemos hecho querer lo suficiente, aparte de pensar mucho en ello, desde este número la Revista va a intentar nuevas iniciativas: en primer lugar va a promover las actualizaciones de calidad, que se comienzan hoy con varios trabajos reunidos por el Dr. Julio Escalona, prestigiosísimo colega, Jefe hasta hace bien poco de uno de los Servicios más antiguos y valiosos de España, autor de libros, distinguido en muchos foros y creador en nuestro país de una magnífica escuela de neuropatólogos.
Dedicaremos también nuestras páginas a rescatar momentos gloriosos de la historia de la Patología; y ninguno más sagrado que el de contar entre los nuestros al mayor científico español de todos los tiempos; su sesquicentenario permite ofrendar este año de la Revista a Santiago Ramón y Cajal, resaltando sus trascendentales trabajos en Patología, oscurecidos en las mentes de algunos por sus abrumadoras contribuciones histoneurológicas.
Abriremos esta publicación a ideas nuevas, a técnicas, a revisiones en profundidad, a casuística interesante, a Sesiones Clínico-Patológicas, los añorados CPCs (para los que ya desde aquí pedimos aportaciones voluntarias), a proyectos inteligentes de todo tipo que se nos puedan sugerir, recuperaremos los índices anuales por autores y materias y hemos puesto ya en la Red un sistema de búsquedas en nuestros fondos bibliográficos, para el que solicitamos hace seis meses el trabajo experto del Dr. García Rojo, que él explica en otro lugar de este número; mejoraremos nuestro inglés gracias a la especial colaboración de Virginia L. Desbrow, una encantadora californiana, capaz de captar cualquier matiz del más castizo castellano; intentaremos mejorar nuestras finanzas con la ayuda del Dr. Manuel Carbajo y, si se nos permite, intentaremos salir con la fecha de portada y atender por ello no solo a un requerimiento del Index Medicus sino a la propia autoexigencia. Todo esto para servir a los lectores.
Pero los autores, prestigiosos y noveles, no sólo aportan un material valioso sino que tienen también sus derechos. Intentaremos, con la ayuda de un magnífico Comité Editorial, que no haya retrasos injustificados; ni rechazos caprichosos; ni manuscritos perdidos, manteniendo al mismo tiempo el debido nivel. Y haremos lo imposible por que se conserve al máximo la fidelidad a sus textos, incluso si se intenta mejorar la redacción o la calidad fotográfica, para lo que favoreceremos que los ordenadores substituyan al teclear de las secretarias. De hecho quisiéramos ver pronto todo nuestro correo basado en la red; que los artículos, incluidas las fotos llegasen por ella, que por ella acusáramos recepción, enviásemos a los correctores y expertos independientes el material y a los autores las galeradas, recibiéramos las respuestas por el mismo camino; y todo lo que de ello se ahorrase fuese a mejorar papel, impresión y calidades de todo tipo.
Por último nos proponemos ver la revista completa en la red. No para substituir a la de papel, que debe ornar nuestras mesas y estanterías, sino para que llegue a donde el papel no llega; para que no se arrugue ni se pierda; para que ofrezca en vivo color lo que por ahora, en razón de su costo, solo será blanco y negro en el papel. Vamos a facilitar hasta donde podamos que, en el camino de un esfuerzo colectivo y sinérgico, sepamos el terreno que pisamos, qué dificultades profesionales existen y qué oportunidades se abren. Y vamos a conocernos cuanto sea posible, y para esto, siempre que los tengamos, publicaremos los nombres completos (nada de JL sino José Luis ó Julia Laura). Y sin embargo hay un compromiso que no sabemos si, dentro de la ley, la colaboración general nos permitirá cumplir: muchos colegas desean ver los nombres de todos nosotros en listados anuales y así ofrecimos hacerlo en la Asamblea de Navarra. Pero se nos dice ahora que necesitamos, de acuerdo con la legalidad vigente, el permiso escrito de cada socio. Dado que faltan varios meses para el número índice, invitamos a todos a darnos esa autorización firmada, para que podamos publicarlos.
Puedo afirmar, desde el optimismo de varios números completamente encauzados (honrando con ello la confianza de nuestros Presidentes, Pasada, Presente y Electo) que esta Revista no solo está robustamente viva sino que será cada vez más importante: mucho más; y no por arte de quienes hoy la tomamos en nuestras manos, aunque a esta tarea dediquemos nuestro esfuerzo y convoquemos la colaboración de todos. Sino porque la PATOLOGÍA, nuestra materia de trabajo, es un caballo ganador.
Durante siglos, nuestros heroicos predecesores en el arte de curar, desde los hechiceros tribales a los doctos barbudos del XIX han gastado todo su cerebro en imaginar lo que cada paciente sufría; han destripado aves y mamíferos en los ritos de lejanos tiempos, han sangrado a nuestros abuelos, han probado sus orinas y vigilado sus heces; les han pinchado, incindido, cultivado sus humores, fotografiado y medido sus variaciones eléctricas en diferentes lugares, esperando con todo ello adivinar lo que cada paciente sufría; y estuvieron jugando con esa suposición, seguros de que sólo demasiado tarde, en la lóbrega sala de autopsias, el taciturno patólogo les descubriría al fin la verdad: una verdad científica, sólida, inamovible, útil para otros semejantes, pero desesperadamente tardía para el específico objeto de cada estudio.
Sólo en los últimos decenios, las cosas han cambiado considerablemente, y no por las causas que de ordinario se suponen: la autopsia sigue diciendo la última palabra, contradictoria a veces de los espectaculares aparatos millonarios de última generación y sus interminables listas de espera, pero lo verdaderamente crucial es que además, en los últimos cincuenta años el patólogo ha subido calladamente a las salas donde las decisiones sobre los enfermos se toman; y no viene ya empapado de sangre como antaño; pero trae, porque lo mira desde dentro, el diagnóstico exacto de los procesos graves; a tiempo ahora para intentar terapéuticas eficaces; y también para seguirlas y modular su administración. Su conocimiento, único e incomparable, de la enfermedad, su buen criterio y la profundidad de su estudio son las claves de este milagro; y no la espectacularidad de ninguna técnica vanguardista. Sin olvidar que además su mano guía la del cirujano durante el acto quirúrgico y su estudio de la pieza confirma o matiza el éxito de cada extirpación.
Lo que este siglo XXI nos reserva es el momento glorioso no de que la sociedad y los otros médicos perciban las claves del cambio; aunque sin duda terminarán por hacerlo, lo que tiene que llegar, y cuanto antes mejor para todas las partes implicadas, es que el patólogo comprenda, por fin, la importancia del singular papel que desde hace tiempo está jugando sin darse del todo cuenta; y, en el complejo mundo del Hospital, reclame el lugar que, lleno de prestigio pero también de responsabilidad, le corresponde sin duda, en cuanto experto en la enfermedad y autoridad final en su diagnóstico.