REVISTA
ESPAÑOLA DE Vol. 35, n.º 2, 2002 |
Alberto Anaya
«... el problema de España es un problema de cultura»
Santiago Ramón y Cajal
El presente de la Patología española puede, a primera vista, considerarse esplendoroso. Han pasado ya muchos años desde que nuestros hospitales la incorporaron a sus Servicios (con dedicación plena de sus miembros 38 años exactamente, los mismos que hace que se fundó Puerta de Hierro). El Seguro de Enfermedad con ingresos sólo quirúrgicos, ni siquiera se había planteado la necesidad de patólogos hasta entonces: la especialidad para él no existía; ni para los pacientes con dinero, que eran atendidos en «Sanatorios», con un montaje simplicísimo salvo por el confort; y los centros que conservaban el nombre de Hospital, sólo para indigentes, vivían en otro siglo (no me hablen de ésta o aquella excepción, que estaban ahí para confirmar la regla y no llevaban camino de ser imitadas).
Lo que la entrada de esta disciplina significó en los centros de hospitalización apenas sí precisa ser resaltado; no es necesaria una especial argumentación cuando hoy nadie planearía un hospital sin incluirla. Pero ese firme asentamiento de su realidad y la calidad diagnóstica que de ella deriva, no coincide con una suficiente comprensión en profundidad de su significado ni con el debido aprovechamiento de sus posibilidades; y es imputable seguramente a mi generación, que la trajo a la vida, la triste responsabilidad de no haberla sabido colocar plenamente en el lugar debido. La alta calidad científica y humana de muchos patólogos españoles no debe ocultar que la disciplina está lejos de ocupar en los hospitales el puesto trascendente a que es acreedora en función de su posible rendimiento asistencial, científico y docente que, de hecho, ha sido desarrollado sólo en una parte mínima de sus verdaderas posibilidades. Llevar éstas a sus últimas consecuencias debería ser para los patólogos de hoy un reto, un deber ciudadano y, por cuanto se oponen a ello graves resistencias de carácter intelectual, también un problema de cultura digno de ser resuelto.
Permitir que la Patología, responsable en gran medida del esplendor médico finisecular, evolucione a una mediocre situación (salvadas siempre las personalidades excelsas y los brillantes hechos aislados), y sea testigo inane de la decadencia hospitalaria sobrevenida después, en lugar de freno y revulsivo para evitarla, podrá no comprometer el futuro personal de nuestros patólogos, abierto otra vez al éxito en la medicina privada o al triunfo individual en las carreras docente, administrativa o investigadora, pero para la disciplina como tal, para la medicina hospitalaria y para la sociedad en su conjunto es un grave contratiempo que frustra sin razón las justificadas perspectivas de antaño, y lo hace no en un trance de decadencia general sino en el más espléndido momento de toda la historia española, integrados como estamos por primera vez en el grupo de cabeza de las naciones del mundo. Porque las carencias de relieve médico y social que sufren los patólogos (elemento básico en la cohesión científica del hospital) no son ahora, como tantas veces antes, producto de la estrechez económica; nuestro mal es el más triste de los que pudieran afectarnos, siendo depositarios del saber médico: es, fruto de una visión estrecha y conformista, un problema de cultura.
Como en otras cosas, la cultura de la sociedad española es pobre en lo que a la Patología se refiere; en este caso se da, además, un reconocimiento cicatero de su trascendencia entre algunos médicos, que se han sentido en parte disminuidos por la contundencia de sus diagnósticos. Pero si han de encontrarse los principales culpables, nadie tiene una responsabilidad mayor en este hecho que los mismos patólogos. Esa «Anatomía» que, a pesar de haberse criticado, siguen contestando los teléfonos de nuestros Servicios, es expresiva tanto de nuestra dejadez como de nuestra insensibilidad al mensaje nocivo que generan los hechos: es un problema de cultura. Como es un problema de cultura la pudorosa resistencia de los patólogos a comprender que lo suyo es toda la Patología; sin complejos, sin respeto alguno al expolio del nombre que se consumó ante nuestra torpeza, sin pedir perdón por aportar a la medicina, dubitativa y empírica en casi todo lo demás, el único manantial de datos sólidos en que se apoya su saber, sin pedir perdón por haber traído a la clínica diaria el acervo intelectual definitivo que hasta hace poco se alcanzaba sólo en la sala de autopsias.
Ha sido mucho mayor en nuestros dias la avidez por desmontar (sin motivo alguno respetable) el venero inteleclual de la necropsia, que la apertura mental necesaria para admitir que en la clinica de hoy no hay palabra que valga después de que el patólogo ha dicho la suya. Y que la irrupción de la biopsia en el hacer de todos los dias es el verdadero acontecimiento intelectual de la medicina del siglo XX, al propiciar que el pensamiento terapéutico se apoye en un diagnóstico exacto y no como hasta entonces en una mera elucubración inteligente. Que algunos clinicos se resistieran ante esa realidad era bastante comprensible; que los patólogos miren en otra dirección, que dejen llamar a su Servicio «anatomia», que colaboren en su propio menosprecio a través de fotografias regaladas, preparaciones viajeras, sesiones amañadas, complacencias indebidas y ausencia en los niveles médicos decisivos, es muy poco entendible y, junto a una pereza mental intolerable, desvela un grave problema de cultura.
No es de fácil comprensión que la Comisión Nacional haya permanecido largo tiempo impasible ante el amplio clamor que pedía cambiar el nombre de la disciplina; ni que hacerse patólogo lleve sólo cuatro años cuando la formación en disciplinas mucho menos complejas lleva cinco. Ni se capta la razón de que el contraste genuino entre clínica y patología sea tan escaso en los Hospitales y por tanto tan limitado el rendimiento real de la autopsia; en su modestia esta Revista romperá una lanza por las Sesiones Clínico-Patológicas y para ello estará abierta a las trascripciones de genuinos CPCs, vengan de donde vengan, en los que de manera limpia se contrasten las dos visiones de la enfermedad que, frente a frente, han construido la medicina científica. Históricamente y todavía en la medicina de hoy; ignorarlo es un grave problema de cultura.
Progresar en Tecnología no es lo distintivo de estos tiempos; se viene haciendo continuamente desde hace siglos. Lo distintivo de la medicina de hoy es que la verdad morfopatológica, la gran verdad médica, es accesible antes de la decisión terapéutica y durante su seguimiento; aunque esto no excluya el amplísimo rendimiento aún posible (y necesario) de la autopsia. No hay terapéutica válida sin diagnóstico certero. Pero si nadie aborda hoy los eficientísimos y peligrosos tratamientos de vanguardia sin un apoyo biópsico, eso viene a ser todo lo que se concede abiertamente a esta trascendental rama de la medicina; la mayor parte de las investigaciones del Hospital son poco respetuosas con la Patología; la enseñanza universitaria ha desguazado la antaño importantísima disciplina en fragmentos ineficaces; los cirujanos, los ginecólogos, los internistas y los radiólogos, a diferencia de los de otros países, no rotan obligatoriamente por Patología en su Residencia, ni la Residencia de los Patólogos tiene la duración que precisa. No hay una genuina enseñanza continuada en el Hospital porque no hay apenas CPCs verdaderos. Los controles de la calidad asistencial basados en el estudio de las autopsias y los tejidos resecados casi no existen.
Los Certificados de Defunción siguen ignorando a la autopsia, no sólo para propugnarla sino ni siquiera cuando se realiza. A los Servicios clínicos y a quienes los componen se les enjuicia de mil maneras a la hora de conceder la famosa «productividad» menos por el número y calidad de los estudios morfopatológicos a que se someten. Hay un inmenso manantial de ciencia, de formación, de seguridad asistencial posible que el hospital desperdicia. Defender la intervención de la Patología en todos esos campos no es luchar por una mejor posición para los patólogos, aunque como hecho colateral abriría necesariamente nuevas posibilidades de empleo; se trata ante todo de resolver un acuciante problema de cultura, que, por las implicaciones que tiene en cuanto a la vida y la salud de los cludadanos, es además un grave problema de conciencia.
Asistencia, investigación, docencia y control de la calidad asistencial son en el papel, incluso en la literatura española, el alma del ejercido profesional de la Patología; y su excelencia es la clave de la excelencia hospitalaria y así tendría que reconocerse por todos. Pero no ha debido penetrar este sentimiento lo bastante en el alma de nuestros clínicos ni está claro que nuestros patólogos se lo hayan terminado de creer, porque en pocos lugares se cumple. Su ausencia, o su extrema debilidad en la mayor parte da los centros, denota la insuficiencia del mensaje emitido o el estado refractario de quienes debían recibirlo. En definitiva es un problema de cultura; ese tipo de problema que, ahora como en los tiempos de Cajel, sigue siendo el origen de todos los males de España.
O el patólogo es capaz de incluir en su autocrítica todo lo que no hace, pudiéndolo hacer, o no tendrá a nadie en quién descargar su pesimismo. Una parte trascendente del trabajo del patólogo se va por el sumidero de su abierto desaprovechamiento: las autopsias cuyo protocolo nadie lee, las minuciosas descripciones de las piezas quirúrgicas, las sesiones en que muchos juegan con cartas marcadas, las Comisiones que no influyen realmente en la calidad del Hospital, las correlaciones que no llegan a estudiantes y médicos en formación, las estadísticas que se nutren de suposiciones en lugar de beber en datos seguros, la investigación que renuncia a la verdad del microscopio. Pero antes de que la balanza se incline a su favor, el patólogo, un recién llegado a las salas del hospital, precisa vender inteligentemente su mercancía; porque solo ante la justicia la ignorancia de la ley no excluye de su cumplimiento.
En la rutina de la vida diaria, conocer la virtualidad de un arte es imprescindiblemente anterior a la posibilidad de su uso. Aunque haya hostilidades reconocidas, el desaprovechamiento de la Patología en el Hospital, con las graves consecuencias científicas, docentes y asistenciales que implica, es, con toda seguridad, mucho menos una maldad intencionada que un problema de cultura. Nuestra responsabilidad en este problema es considerable: no basta con hacer los mejores diagnósticos, basados en el más profundo conocimiento y la más avanzada tecnología. La verdad nacida en nuestros microscopios tiene que alcanzar a todas las actividades, docentes, científicas, asistenciales y de autocontrol de la vida hospitalaria; pero hemos de creerlo nosotros antes de predicárselo a los demás; y si no ocurre así estamos ante un problema de cultura, de graves consecuencias, que en buena medida nos es imputable.