REVISTA
ESPAÑOLA DE Vol. 35, n.º 4, 2002 |
Jordi Cervós-Navarro
Responsable de Relaciones Internacionales. Universitat Internacional de Catalunya.
Como natural que soy de Barcelona, no es pecar de partidismo el calificar la estancia de Cajal en mi ciudad natal como la más fructífera para su actividad científica. Aunque los galardones y honores le llegaron más tarde, él mismo asegura que en programa de trabajo que traía, más o menos esbozado, de Valencia, fue cumplido en Barcelona con una perseverancia, un entusiasmo y un éxito que superaron sus esperanzas.
La reforma del plan de enseñanza médica del año 1887 en el que la Histología normal y patológica, que hasta entonces se daba en el doctorado, se incorporó a la licenciatura, hizo posible el traslado de Valencia a Barcelona. Se crearon nuevas cátedras a las que se podía concursar a partir de la anatomía. Salieron a concurso Barcelona y Zaragoza. Su primer pensamiento fué trasladarse a la capital aragonesa, hacia la que le arrastraban el amor de la tierra, los recuerdos de la juventud y el afecto a la familia.
Pero quien había decidido dedicar toda su actividad a la ciencia consideró que las ciudades grandes son preferibles a las pequeñas, donde la gente se conoce demasiado. Además por aquellos tiempos el claustro de su venerada Alma mater, a causa de dos o tres catedráticos conflictivos, «ardía en resquemores y antagonismos que para Cajal eran impropios del decoro de la toga». Temeroso de que sus fuerzas se disiparan en rivalidades, resolvió, contra el consejo de su familia, trasladarse a la Ciudad Condal.
Inicialmente se instaló modestamente en una casa barata de la calle de la Riera Alta, próxima a la Facultad de Medicina en el Hospital de Santa Cruz. En otra calle de la vecindad, el Carrer del Notariat, una placa recuerda: «En esta casa vivió S. Ramón y Cajal (1852-1934), en 1888. aquí descubrió la teoría de la neurona. La ciudad le conmemora en el 50 aniversario de su muerte». Es que Cajal en sus recuerdos nunca menciona esta calle.
Ulteriormente, y contando ya con otros emolumentos (los proporcionados por algunos médicos deseosos de ampliar en su laboratorio sus conocimientos histológicos y bacteriológicos), se trasladó a la calle del Bruch en el Ensanche, a una casa nueva y relativamente lujosa. En ella dispuso de una sala donde instalar el laboratorio y de un jardín anejo en el que mantenía los animales en curso de experimentación. Hace años, hubo una petición de ciudadanos del barrio del Ensanche para que hubiera una placa en la calle del Bruch, pues, según ellos, fue en dicha calle donde realizó Santiago Ramón y Cajal sus descubrimientos más importantes.
Como un reflejo de las alabanzas de Miguel de Cervantes que, en boca del Quijote califica a Barcelona de «archivo de la cortesía»; Cajal escribe en sus Recuerdos: «Dada la proverbial cortesía catalana, huelga decir que en mis compañeros de Facultad hallé sentimientos de consideración y respeto. Pasa el catalán por ser un tanto brusco y excesivamente reservado con los forasteros; pero le adornan dos cualidades preciosas: siente y practica fervorosamente la doble virtud del trabajo y de la economía; y acaso por esto mismo, evita rencillas y cominerías y respeta religiosamente el tiempo de los demás».
Además de sus colegas mantuvo relaciones con varios miembros de la Peña que frecuentaba. Son interesantes las observaciones que Cajal hace sobre las características de una buena peña en la que, según él, debe existir un atinado reparto de papeles. Sin responder enteramente a este ideal, la tertulia del Café de Pelayo (trasladada después a la Pajarera de la Plaza de Cataluña), donde fue presentado en los primeros meses de 1887, le resultó singularmente grata y provechosa. La mayoría de sus miembros eran Catedráticos de la Facultad de Ciencias; pero figuraban también políticos, literatos, médicos y hombres de negocios. Cajal recuerda a algunos de los amigos de la Peña, entre otros, a Lozano, Catedrático de Física; a Castro Pulido, Profesor de Cosmografia y pulcro y fácil conversador; a Villafañé, defensor de una estrafalaria teoría filosófica sobre el átomo pensante. con que daba tremendas tabarras; a García de la Cruz, Profesor de Química, a Soriano, Catedrático de latín y activo periodista; a Schwarz, Profesor de Historia, orador fogoso, prototipo del vir bonus dicendi peritus, a Sedó, fabricante de tejidos, a Pablo Calvell, abogado con fábrica. Cajal hace hincapié en que solo con Victorino García de la Cruz tuvo un trato amistoso más profundo pues coincidían los dos en muchos gustos y tendencias.
El segundo año de su estancia en Barcelona en 1888, llegó, como Cajal mismo lo califica, su año cumbre, su año de fortuna. Durante este año, que se levanta en su memoria con «arreboles de aurora, surgieron al fin aquellos descubrimientos interesantes, ansiosamente esperados y apetecidos. Sin ellos, habría yo vegetado tristemente en una Universidad provinciana, sin pasar, en el orden científico, de la categoría de jornalero detallista, más o menos estimable». Cajal explica lo que él considera, con razón, su descubrimiento: «las ramificaciones colaterales y terminales de todo cilindro eje acaban en la substancia gris, no mediante red difúsa, según defendían Gerlach y Golgi con la mayoría de los neurólogos, sino mediante arborizaciones libres, dispuestas en variedad de formas (cestas o nidos pericelulares, ramas trepadoras, etc). Estas ramificaciones se aplican íntimamente al cuerpo y dendritas de las células nerviosas, estableciéndose un contacto o articulación entre el protoplasma receptor y los últimos ramúsculos axónicos».
Según Cajal, a sus éxitos contribuyeron algunos perfeccionamientos del método cromo-argéntico, singularmente la modificación designada proceder de doble impregnación; pero el resorte principal, la causa verdaderamente eficiente, consistió en emplear el Método ontogénico o embriológico. Cajal comparaba el cerebro maduro con la selva adulta que resulta impenetrable e indefinible. Por ello se decidió a recurrir al estudio del bosque joven, como él dice, en estado de vivero.
A fin de exteriorizar sus pensamientos, Caja! utilizó al principio, la Gaceta Médica Catalana. Pero dado el rápido crescendo de la producción científica y la impaciencia por publicar, este cauce le resultaba estrecho. Contrariábale la lentitud de la imprenta y el atraso de las fechas. Para sacudir de una vez tales trabas, decidió publicar por su cuenta la Revista trimestral de Histología normal y patológica. El primer cuaderno salió en mayo de 1 888 y el segundo en el mes de agosto del mismo año. Todos los artículos, en número de seis, eran del propio Cajal que los acompañaba de seis tablas litográficas anejas. Razones económicas le obligaron a no tirar, más de 60 ejemplares, destinados casi enteramente a investigadores extranjeros.
A pesar de la enorme capacidad de trabajo de Cajal sorprende que al mismo tiempo que conseguía sus grandes descubrimientos y desarrollaba una exuberante actividad publicitaria, pasa por una temporada de afición febril al juego del ajedrez. Conocedores de su afición, varios contertulios le invitaron a hacerse socio de la peña del Casino Militar. El mismo cuenta: «Tuve la flaqueza de acceder; me estrené con varia fortuna midiéndome con aficionados de alguna talla; creció un tanto mi destreza y con ella el afán morboso de sobrepujar a mis adversarios. Arrastrado por la creciente pasión, mis sueños eran interrumpidos por ensueños y pesadillas, en las cuales armaban frenética zarabanda peones, caballos, reinas y alfiles.
Pero ¿cómo curarme radicalmente? Sintiéndome incapaz del inexorable no juego más, patrimonio de las férreas voluntades; acuciado constantemente por el ansia de desquite —el genio maléfico de todo jugador—, sólo se me ocurrió como recurso supremo un remedio del simiIia similibus de los homeópatas: estudiar a fondo los tratados de ajedrez, y reproducir las más célebres partidas; y además, disciplinar mis nervios harto impresionables, aumentando al sumo la tensión imaginativa y reflexiva. Demostrada, eventual o casualmente, mi superioridad, el diablillo del orgullo sonrió satisfecho. Y temeroso de reincidir, dime de baja en el Casino, no volviendo a mover un peón durante más de veinticinco años».
Mientras tanto, vivía intranquilo y receloso, no solo por el ajedrez. Le alarmaba el silencio guardado por los autores, a quienes había mandado los números de su Revista, durante la última mitad del año 1888 y la primera de 1889. Varios trabajos de este último año acerca de la estructura del sistema nervioso, o no le citaban o lo hacían como de pasada, y sin conceder beligerancia a sus opiniones. De la consulta de las Revistas alemanas sacó la impresión de que la mayoría de los histólogos ni le había leído.
Para ganar la confianza de los autores imparciales hizo traducir sus principales monografías neurológicas al francés, publicándolas en las Revistas alemanas más autorizadas que entonces eran las más leídas en todo el mundo. Las traducciones se iniciaron en 1889 y continuaron el 90 y siguientes. El Internationale Monatsschrift für Anatomie und Physioiogie de W. Krause, Catedrático de Histología de la Universidad de Göttingen, insertó dos Memorias: una consagrada a la organización del cerebelo, y otra al estudio del lóbulo óptico de las aves. En ambas se contienen algunos hechos nuevos, además de los aparecidos en la Revista trimestral; porque Cajal continuaba trabajando en el Laboratorio aun durante la corrección de las pruebas. El profesor Carlos Bardeleben, de Jena, con quien entabló correspondencia, publicó en el recién creado Anatomiseher Anzeiger, las comunicaciones relativas a la retina de las aves y a la estructura fina de la médula espinal.
Las referidas traducciones dieron a conocer lo más esencial de sus aportaciones científicas; pero ellas por si, aun ilustradas con láminas escrupulosamente copiadas del natural, no le hubieran granjeado el reconocimiento internacional. Por ello, solicitó ser miembro de la Sociedad anatómica alemana, donde figuraban anatómicos, histólogos y embriólogos de muchas naciones, singularmente de la Confederación germánica y de Austria-Hungría. Pero aunque su primera actuación en dicha Sociedad tuviera lugar durante sus años de Barcelona, creo que es más adecuado describirla en el capítulo de Cajal y Europa.
Pero antes de trasladarse a Madrid, en abril de 1 882, creo importante citar una actuación de Cajal que, aunque ubicada en Barcelona, traspasó los límites nacionales. El mismo describe: «algunos médicos de Barcelona que conocían mis ideas, me invitaron a exponerlas ante la Academia de Ciencias Médicas de Cataluña, ejecutando para mis conferencias grandes cuadros murales policromados, representativos, bajo forma esquemática, del plan estructural de los centros nerviosos y árganos sensoriales.
Algunos discípulos entusiastas tuvieron la amabilidad de recoger mis explicaciones y copiar mis dibujos, publicando en la Revista de Ciencias Médicas de dicha ciudad una serie de artículos, atentamente revisados y retocados por mí. Tales artículos, que vieron la luz en 1892, tuvieron un éxito que me llenó de sorpresa, sobrepujando, no sólo mis esperanzas, sino mis ilusiones. Ignoro cómo se enteraron en el extranjero de dichas conferencias; ello fué que en poco tiempo vieron la luz traducciones o extensas relaciones en varios idiomas». En efecto, su profesor de Leipzig propuso traducirlas al alemán. La traducción apareció ya en 1883. En Francia aparecieron en forma de un pequeño libro «Les nouvelles idées sur la fine anatomie des centres nerveux».
Se puede decir que estas actividades y la ya anunciada actuación en la Deutsche Gesellschafi für Anatomie, de la que tratamos en otro capítulo, permiten calificar el lustro barcelonés de D. Santiago Ramón y Cajal como la antesala de sus éxitos en Europa.