REVISTA ESPAÑOLA DE

Vol. 35, n.º 4, 2002

ARTÍCULO
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Recuerdos personales del primer Instituto Cajal

Julio Escalona Zapata

Premio Ramón y Cajal 1965 del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

 

Se cumplen 50 años desde que en octubre de 1952 pisara por primera vez el Instituto Cajal. Había superado la asignatura de Histología y me integre en el grupo que dirigía en aquella Institución Don Fernando de Castro.

Aquel Instituto estaba en un gran edificio situado dentro del parque del Retiro, algo mas allá del Observatorio. Verdaderamente, se tenía la impresión de que el edificio esta situado al revés. La entrada principal con dos columnas laterales y una hermosa escalinata daba inmediatamente, a una bajada a modo de terraplén de cerca de 15 metros, terminando abruptamente en el paseo de Maria Cristina. Como el acceso por este lado era imposible, la entrada real era por la puerta del parque del Retiro, al final de la calle de Alfonso XII, entrando por un estrecho camino, dejando a un lado el Observatorio, para llegar, unos 400 metros mas allá, a la vertiente posterior. Todo el personal entraba pues, por una pequeña puerta, que permitía el paso al edificio por uno de los laterales.

Realmente, este edificio fue el segundo Instituto, ya que su creación se remonta a 1920-1922 en que sucedieron casi simultáneamente, dos hechos. Ramón y Cajal se jubiló en 1922 y en esta mismas fechas, recibió la medalla Echegaray. El Gobierno quiso premiar al maestro creando un nuevo Instituto que además, cambiaria su nombre de Instituto de Investigaciones Biológicas por el de Instituto Cajal. Verdaderamente, Don Santiago no acepto de buen grado esto ultimo, pero el Gobierno termino por imponerse. De modo que Cajal nunca trabajo en este centro, sino que solamente lo visito en contadas ocasiones. Sabedor de las limitaciones de su avanzada edad, Cajal delego en Tello las funciones administrativas nombrándole Subdirector. Mas tarde, a la muerte de Cajal, Tello seria el Director definitivo del Centro.

El Instituto constaba de tres pisos, cada uno de ellos con dos alas, de los que el primero estaba ocupado por el Laboratorio de Histopatología al cargo del Prof. J. Sanz Ibáñez. La segunda planta esta ocupada por el Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso, a cargo de G. Rodríguez Lafora, situada en el ala suroeste y por el Laboratorio de Neurohistología, que dirigía Don Fernando de Castro. El piso superior contenía el Instituto Marañón. Entre las dos alas citadas existía un amplísimo vestíbulo que comunicaba con un ala semicircular en la que estaba la Biblioteca. Esta era extraordinaria. En ella se podía encontrar todo lo que Cajal había almacenado a lo largo de su vida. Prácticamente todas las Revistas de Histología y gran parte de Neuropatología estaban allí. Al frente de ella estaba Angustias Pérez de Tudela, muy dedicada a la Biblioteca, la cual estaba muy bien organizada, a pesar de que por entonces no existían los ordenadores. A ella tengo que agradecer el considerable tiempo que perdió enseñándome a manejarme entre tantos libros.

Todo el edificio impresionaba como sobredimensionado. Los pasillos eran amplísimos, las habitaciones enormes y, especialmente, la altura de los techos era impresionante. Creo recordar que no medirían menos de 5 metros de altura. El vestíbulo que daba paso a la Biblioteca era también de unas dimensiones actualmente incomprensibles. Por su parte los laboratorios de trabajo eran tan grandes que cabían ampliamente tres o cuatro mesas grandes bien separadas unas de otras. Todo esto facilitaba el trabajo de cada uno de nosotros, pero también hacia que nos sintiéramos un tanto solos. Desde luego lo eran todo menos acogedores.

En aquellos Laboratorios tome contacto por primera vez con la Histología. En ello me ayudo inapreciablemente Felisa de la Plaza, que era la Técnica del Laboratorio de Don Fernando. Felisa era una mujer pequeña, muy educada, eficiente y muy ordenada. Su calidad técnica era altísima y de ella aprendí el valor de hacer una técnica depurada. Cuando se considero que mi formación técnica era suficiente como para independizarme, se me traslado al Laboratorio contiguo donde recalaban los becarios, pero yo continué muchos años visitando el Laboratorio de Felisa con quien siempre mantuve una magnifica relación.

En el nuevo Laboratorio trabajaban junto a mi dos compañeros de curso. Uno de ellos, Antonio Trujillano, era un hombre muy serio y maduro, que trabajaba muy concienzudamente. Desgraciadamente para la Histología, derivó hacia la clínica y viajó a los EEUU para formarse en Neurología. A su vuelta se integro en el Servicio de Neurología del Hospital de la Princesa, desde el cual se traslado a Valencia, donde siguió ejerciendo la Neurología.

Otro alevín de neurohistólogo fue Luis del Pozo Balanza, que estuvo menos tiempo con nosotros. Luis derivó hacia la Neurocirugía, la cual ejerció como medico militar.

Cuando yo llegue al Instituto, ya se había ido Agustín Bullón a Sevilla y había un cierto vacío en los estratos intermedios entre Don Fernando y nosotros, hasta que por entonces apareció un histólogo ya formado, procedente de Valladolid y que llegó de la mano del Prof. R. Vara López. Se trata de Cesar Aguirre Viani que durante muchos años fue el hombre de confianza de Don Fernando. Cesar realizo allí su tesis doctoral acerca de la estructura de los plexos nerviosos vegetativos del intestino, en la que a veces le ayudábamos haciendo dibujos y esquemas. De Cesar aprendí mucho y conservo hermosos recuerdos personales de aquella época, aunque con el tiempo nos fuimos distanciando. El derivo hacia la enseñanza predominantemente de la Histología, llegando a ser Catedrático de Cádiz, Sevilla y Valladolid, en tanto que yo me iba alejando hacia la Anatomía Patológica.

Por entonces llegó de Chile un becario llamado Carlos Oberti para hacer un trabajo sobre las terminaciones nerviosas en el diente. Estuvo entre nosotros algo mas de un año, en el cual comenzó a trabajar con métodos argénticos, hasta que cambio a la técnica con azul de metileno con éxito.

Ya muy tardíamente, llegó entre nosotros Pedro Antonio Rodríguez Pérez, pero para entonces yo ya había optado por la Anatomía Patológica y apenas tuve relación con el.

La otra ala del Instituto estaba ocupada por el Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso que estaba dirigido por Don Gonzalo Rodríguez Lafora. Durante mi estancia en el Instituto no recuerdo haberme cruzado con Don Gonzalo, que era muy anciano y apenas trabajaba, ni siquiera como psiquiatra. La vida discurría allí lánguidamente, animada solo por algunos trabajos de López Aydillo. En aquel Laboratorio persistía la tradición inveterada de que la Neuropatología no la hicieran los patólogos sino los psiquiatras, Así, la cabeza visible, aparte de Lafora, era el ya citado López Aydillo. Con él trabajaban Joaquín Santodomingo Carrasco psiquiatra que poco a poco fue dejando el microscopio, dedicándose a la clínica. Otro tanto puede decirse de Luis Valenciano Clavel, que abandono la Neuropatología, para dedicarse a la Virología en Hamburgo y más tarde en el Centro de Majadahonda. La separación del tercer becario, Luis Hernando Avendaño, fue aun más drástica, dejando la Neuropatología por la Nefrología.

De aquella época procede uno de mis recuerdos más profundos; mi unico encuentro con Tello. Cierto día, saliendo de la Biblioteca, me cruce en el vestíbulo con un señor ya anciano apoyado en un bastón, al que todos parecían respetar mucho. Así que pregunte a Felisa quien era, a lo que me contesto con voz reverencial: es Don Francisco Tello, apenas viene ya por aquí. Yo recordaba el nombre por haber estudiado el libro de Histología publicado con Cajal, pero aun así, me apresure a indagar todo lo que pude acerca de él. Nunca mas le volví a ver.

¿Y qué decir de Don Fernando? En aquella época en que todos estábamos comenzando nuestras carreras, el se presentaba como una persona excepcional muy alejado de nosotros; y realmente lo estaba. Don Fernando tenia su Laboratorio al otro lado del pasillo y por ello, apenas le veíamos. Todos conocíamos su valía y habíamos tenido noticias de la historia del Premio Nobel no recibido. Por otra parte, en todo el edificio se percibía un respeto hacia su figura muy por encima de lo habitual. De modo que, a fuer de sinceros, procurábamos no cruzarnos con él.

Un segundo motivo de distanciamiento entre Don Fernando y nosotros fue su peculiar modo de entender la vida, tan anárquico. Llegaba al Instituto a las 8 de la noche y a veces permanecía en su Laboratorio hasta las 12 o la 1, de modo que a todos nos era muy difícil compaginar este horario con el de nuestras familias. Por mi parte, a mis 18 años, nunca conseguí que mis padres creyeran del todo semejante horario.

¿Y por que ocultarlo? Parte de mi falta de integración total dependió de que, a mi escasa edad, yo me sentía mas inclinado a los deportes y la música que hacia la Histología que representaba solo un entretenimiento divertido, pero no mucho más.

Mi relación de entonces cambió radicalmente cuando hice mi tesis doctoral, ya en el edificio nuevo de la calle de Velázquez. Entonces yo estaba ya mas maduro, había pasado tiempo en Alemania y me sentía mas seguro. Supongo que también él percibió este cambio porque nuestra relación fue mucho más fluida de modo que entonces conocí su otra vertiente, más abierta, espontánea e, incluso, jovial.

En esa época llegue a ser becario del Instituto con la intención de comenzar a trabajar en Cultivo de Tejidos. El fracaso fue tan clamoroso que prefiero olvidarme de ello y terminar aquí esta serie de recuerdos que, a pesar de este ultimo episodio, forman parte de los más entrañables de mi vida.