REVISTA
ESPAÑOLA DE Vol. 41, n.º 4, 2008 |
IN MEMORIAM
Guadalajara, México, 21 de enero de 1935
Houston, Tejas, 9 de noviembre de 2008
Quien desee saber cuál fue la labor científica de Mario A Luna lo tiene fácil, basta irse a Medline y ver la reseña de sus más de 240 trabajos, o bien puede revisar las actas de los mejores Congresos de Anatomía Patológica o clínicos de Cabeza y Cuello para darse cuenta de la importancia de su labor de 42 años de Patólogo, en su mayor parte en el Hospital cancerológico MD Anderson de Houston. Conocerán por esas fuentes sus aportaciones seminales y originales a los cambios tisulares inducidos por la quimioterapia, patología neoplásica asociada a SIDA, innumerables descripciones originales de tumores salivales etc..
Se darán igualmente cuenta, si analizan los coautores, de la gran cantidad de nombres hispanos con los que realizó los trabajos, jóvenes patólogos y patólogas que tuvieron en él su mejor maestro y que de vuelta en sus países respectivos supieron aplicar lo aprendido para mejor curar a sus compatriotas. Sin duda, fue un docente excepcional que comunicaba espontáneamente y conseguía divertir mucho y enseñar más.
Es esperanzador saber que alguien tan brillante nunca fue tentado por esas sirenas del mundo académico que son la soberbia, arrogancia, inmodestia, autoritarismo excluyente y distancia afectiva. Por el contrario, tan importante o más que su labor científica fue su dimensión humana.
Quizás nunca le atrajo el poder, posiblemente porque tenía demasiada paz, amor y alegría interior, en parte frutos de su estabilidad emocional y de una sólida religiosidad sin demostración exterior o esperpento. Fundó, sin embargo, la Asociación Nacional de Estudiantes de Medicina de México y presidió la Latin American Pathology Foundation, sociedades ambas de altruista dedicación. Gracias a la generosidad con la que repartía su afectividad, su tiempo, su trabajo e incluso su propio bolsillo, cambió la vida de tantas personas, siendo desde entrenador de fútbol de niños menos favorecidos a banquero, sin retorno imaginable, de viajes y estancias de estudio de la especialidad para muchos patólogos latinoamericanos con pocos recursos.
Todo ello le hacía mantener una alegría especial y contagiosa, de grandes risotadas, primero en el día notadas por el portero de noche que le abría el Departamento de Patología a las 5.30 de la mañana. En el libro de firmas de pésame, la frase más repetida entre sus compañeros de departamento es: We’ll miss his laughter…. and his jokes .… (extrañaremos sus carcajadas y sus bromas). Disfrutó de la vida como sólo los elegidos pueden y me consta, que en situaciones personales duras, jamás le vi ni pesimista, ni transcendente.
Tuve la fortuna de conocer en numerosas ocasiones de visitas familiares a su casi centenario padre, Don Ramón, así como a sus hermanas que lo cuidaban, a su hermano Alejandro y a Lupe, su bella esposa de 46 años de vida en común. También a sus hijos, Miguel, Jorge y Alberto, este último ahijado de su compadre, Alberto G Ayala, un hombre hecho de la misma madera buena y mexicana que Mario Armando.
Amistad viene del latín amicus; amigo, palabra posiblemente derivada de amore; amar. Su corazón grandote, que desconocía la maldad y que nunca supo hablar mal de nadie, tuvo pocos limites para amar y ser amigo; en mi caso, fue el mejor, e igualmente, lo fue para tantas personas de todos los países imaginables. Latinoamérica, España, los EEUUA y muchos países de Europa han correspondido a su dedicación y cariño con un impresionante duelo. Ha resultado portentoso conocer el número de personas que han sufrido siguiendo la lucha de sus últimos días: Por algo será. Bueno, creo que si sé el porqué…. fue por esa profunda e intuitiva sensibilidad y respeto que tenía con los sentimientos de los demás.
Así era nuestro amigo Mario Armando, un hombre noble de humanidad e intelecto singulares que supo disfrutar la vida y hacer felices a los demás.
Francisco Nogales
Granada